sábado, 4 de febrero de 2012

GENÉ























"Para mí el teatro ha sido siempre y sigue siendo la terca custodia de una luz para los hombres; para los que lo hacen y para quienes lo presencian; para quienes lo escriben y quienes lo corporizan; los que lo pueblan de técnicas y de artes que sintetizan las tareas más nobles y bellas que los hombres han realizado. Estoy, en este tiempo, amándolo y contra él. No creo en el azar como motor de la vida, sino en su misterio. Y en todo sigo viendo causa de reverencia, invitación al asombro. El teatro presenta al hombre como es, angelical y homicida, tierno y cruel. Nunca ha sido el teatro ámbito de almibaradas visiones del hombre. Y cuando tal cosa ocurrió, sus cultores cayeron en el olvido. Permite ver a los hombres desde perspectivas que nunca ofrece la realidad; y nos enseña a descubrir y amar, precisamente, lo que la realidad oculta: a comprendernos y aceptarnos y también a cuestionarnos y no aceptarnos. Ése es el sentido de este oficio y es lo que da al oficiante una nobleza y una trascendencia que casi siempre ignora. El teatro es reserva de la vida, en gesto de aprecio y celebración de sí misma. Es el espacio de la dignidad del hombre".

JUAN CARLOS GENÉ (1928-2012)


Me hubiera encantado ser alumno de Juan Carlos Gené, o haber trabajado en alguno de sus montajes inolvidables. Tristemente no fue así y ya no podrá serlo. Guardo por él una gran admiración, por su pasión por el oficio y por su rol de maestro, ambos de dimensiones épicas. Mi único contacto personal con Gené, inolvidable, ocurrió con la primera escenografía que diseñé. Era el “Wozzeck” de Buchner, ya no recuerdo en qué año, en el que trabajé con mis amigos de adolescencia de Corso Teatro. Ensayábamos intensamente (como se hacían las cosas en el Corso) en la pequeña sala del CELCIT, en el sótano de Parque Central. Llegado el ensayo general, a Alejandro y a la Vero se les ocurrió invitar a Gené a vernos. Todavía, treinta años después, puedo sentir el terror reverencial que me produjo la presencia patriarcal del maestro barbudo, mirándonos acuciosamente, sólo en la primer fila de aquella sala vacía. No recuerdo qué nos dijo a los que nos sentamos a su alrededor al final del ensayo. Recuerdo que nos habló largo y profundo, que nos puso en aprietos, a reflexionar y revisar con la premura del estreno. Recuerdo su voz y su generosidad.

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